La estrella de la pampa.
Actualmente Huara,
cuyo nombre en aymará significa Estrella, es un poblado salitrero y capital de la misma comuna, ubicado en medio
de la pampa del Tamarugal entre las ciudades
de Iquique y Arica, siendo atravesada por la Ruta 5
Panamericana. La comuna como tal fue creada
en el año 1927, comprende los poblados
de Pisagua y San Lorenzo de Tarapacá, uno al este y el otro al
oeste de la carretera; además de Pachica, Mocha, Sibaya, Sotoca, Chiapa, Jaiña, Huaviña, Miñimiñe, Achacagua,
Chusmiza y Caleta Buena. La mayoría asentados en la
sierra andina, otros en la pampa del Tamarugal y sólo en la costa
está Pisagua, Caleta Buena y Caleta Junín.
En una de las calles principales del pueblo de Huara se encuentra
una antigua y bien mantenida farmacia, la Botica Libertad,
transformada hoy en un museo, conservando frascos medicinales de porcelana en
estanterías de pino oregón y roble americano del tiempo del salitre, además la
Estación Ferroviaria declarada Monumento Nacional. En la actualidad a causa de la reactivación de
las faenas de yodo y salitre, esta comuna está repoblándose, cuenta
con escuela y liceo, servicios básicos, posta de salud y de policía.
Uno de los grandes atractivos de la comuna se encuentra en la
carretera hacia la quebrada de Tarapacá. En medio de la planicie se encuentra
el cerro Unitas[1],
que en una de sus laderas está grabado un enorme geoglifo, la figura antropomorfa
prehistórica más grande del mundo, conocido como el Gigante de Tarapacá o de Atacama,
de 86 metros de altura, la que ha planteado diversas teoría y mitos sobre su
significado, existencia y confección. Otro de
los atractivos es la fiesta popular religiosa de San Lorenzo que se efectúa los
días 10 de agosto en el poblado de Tarapacá, un asentamiento colonial con
calles de piedra con una antigua iglesia de adobe y un campanario del siglo XVI,
donde confluye gran cantidad de fieles y bailes religiosos, razón por la cual
ese día se ha declarado feriado regional.
El sol quemante
y mucho calor que refrescábamos con agua y helados hacían notar la principal característica
climática de la pampa. Un diáfano cielo azul
dando paso al viento que levantaba
la chusca, finísima tierra que se mete en todas partes sin ser invitada.
Nuestra
música Arasay tendría hoy doble escenario por la razón que también es
integrante de Kirqui Wayra, una de las compañías de danzas tradicionales más
importante del Norte de Chile, con una enorme trayectoria internacional, que al
anochecer se presentarían en un local a solo unos metros de donde realizaríamos
nuestra función. Arasay se quedaría en
Huara. Es la cantante principal del homenaje que la Compañía le hace a Violeta
Parra en sus 100 años, donde ella canta maravillosamente el repertorio de ese
espectáculo.
Mientras
nosotros armábamos el lugar, ella tranquilamente se maquillaba, se ponía
pestañas postizas para al término de nuestra función estar lista e incorporarse
a su otra actividad. Además teníamos dos
invitadas especiales, amigas del grupo y del director que conocían de nuestra
historia teatral en el teatro tradicional, pero no tenían antecedentes del Teatro
Espontáneo, tampoco habían visto funciones de esta modalidad escénica, por esta
razón y los pocos días que estarían en la ciudad nos acompañaron en nuestro
viaje a Huara. Ellas, ambas
relacionadas con la cultura. Alejandra
actriz nortina radicada los últimos 10 años en Temuco desplegado allí su
carrera y Patricia que es bibliotecóloga,
estudios efectuados en Iquique, es
funcionaria de años en la Biblioteca Nacional en el Departamento de Memoria
Chilena, en Santiago. A ellas todo lo
que hacíamos: armar el espacio, poner las telas de colores, el caldeamiento, la
inducción al público les fue creando mayores expectativas, que registraban con sus cámaras fotográficas y
en sus memorias.
El público
empezó lentamente a llegar, se escuchaban las pruebas de sonido del espectáculo
de Arasay. Dimos comienzo a la función,
sin grandes retrasos. Las narraciones
esta vez afloran rápidamente. El público sabía que el tema serían las
narraciones de su territorio, estaba en los afiches instalados por el pueblo y en los
flayer (postales) que se entregaban al ingresar a la sala. Quien primero levantó la mano para acceder a
la silla del narrador fue una abuelita acompañada de su hermana, personas muy conocidas en el pueblo, dueñas de una antigua
panadería.
Impecable con
sus más de 80 años estaba doña Carmela, cautivando toda nuestra atención su
lindo peinado de trenzas que coronan la nuca. Ella fue en Huara el “pez dorado” del que nos habla Peter Brooks,
al hacer la similitud con el pescador que recoge la red con muchos peces
diversos, pero uno de ellos es el
valioso, que puede otorgar el sustento.
Por su edad la voz de Carmela era baja, además el calor hizo que las
puertas y las ventanas permanecieron abiertas introduciendo el ruido ambiente,
por eso tuvimos que prestarle mucha
atención a su narración.