PISAGUA

Caleta del olvido.



Pisagua se encuentra a 168 kilómetros, subiendo desde Iquique hacia la carretera y luego, internándose hacia la costa (39 km.) por una serpenteante bajada entre los cerros.    Saliendo de este tramo, desde la altura se ve el mar, enfrentándonos con un impresionante acantilado.  Es una pequeña caleta de pescadores con una población cercana a los 250 habitantes, donde sus principales actividades son la pesca artesanal y la recolección de algas, como el huiro.  
Durante el auge salitrero industrial que se vivió en el norte de Chile (1900-1930) fue un importante puerto para el embarque y la exportación del nitrato,  llegando a contar con un activo movimiento portuario, un moderno muelle con grúas mecánicas, diversos edificios gubernamentales, bancos, casas comerciales chilenas y extranjeras, un teatro, hoteles y consulados,  incluso con servicio de tranvías urbanos, teléfonos y energía eléctrica, así como cable submarino y telégrafo. Tras el fin de la industria salitrera, se convirtió en un pequeño pueblo pesquero.
Por su aislamiento geográfico y difícil acceso, fue utilizado por diversos gobiernos como prisión[1] (Videla 1946-1952, Ibáñez 1952-1958, Pinochet 1973-1990). Durante la dictadura militar de 1973-1989 fue uno de los principales campos de concentración, de detención y de ejecución, como también  para  relegar a los prisioneros políticos.  Luego del retorno a la democracia, en 1990, en las cercanías del cementerio  se descubrió una fosa común con restos de prisioneros ejecutados por las Fuerzas Armadas instalándose allí un monolito recordatorio.   Esta es la más triste historia de la pampa, que sumada a las masacres de la época del salitre y de la Guerra del Pacifico,  lo han convertido en un caserío semi abandonado.
A pesar que el gran terremoto (magnitud 8,2) y tsunami del norte de Chile del año 2014  tuvo el  epicentro frente a su costa, el daño que sufrió fue limitado, los edificios históricos en mal estado de conservación, como la Torre del Reloj y el  Teatro Municipal, no tuvieron mayores problemas ni registrándose víctimas fatales.  En estos últimos años se les dotó de electricidad y se pavimentó la ruta que lo conecta con la  Panamericana Norte como una manera de sacarlos del aislamiento territorial principal motivo de queja de sus habitantes.

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Pisagua atrae por su historia, por los hechos acaecidos como cárcel natural y campo de concentración que ha estigmatizado a esta pequeña caleta de pescadores, lo que es ahora en el siglo 21. 

Se quiere conocer y cuando se conoce sobrecoge el corazón.  Y fuimos sin proponerlo a dar nuestra función el día 10 de septiembre, fecha víspera del hecho más negro y triste de nuestra historia republicana.  Llamándonos la atención que nadie de sus habitantes se refiriera a este tema. Quienes viven allí no son familiares de detenidos desaparecidos, no conocieron Pisagua del año 73.   Gran parte de quienes ahora habitan este poblado son pescadores artesanales, familias disgregadas, personas vulnerables, adictos y alcohólicos, otros solo trabajan en este territorio por alguna tarea específica: social, municipal o estatal, viven en  Huara  o son de Iquique. Lo que explica la escasa pertinencia con la historia del lugar.   Hay una excepción, un matrimonio que se asentó hace 20 años allí con la idea de aportar, preservar la cultura y el patrimonio de Pisagua, pero ha sido tan poco el apoyo de las autoridades y de los mismos habitantes, que ahora empacaban para irse,  cansados de ver cómo se destruye el patrimonio y cada vez más y más el Teatro Municipal, donde (Proyecto Fondart) instalaron maniquís vestidos de época en los palcos del teatro, mirando al escenario para recrear la época,  hoy fantasmas que asustaron a nuestra visita a quien incorporaríamos en esta función y que nada sabía de esto.  

La Municipalidad en forma excepcional nos facilitó este teatro que lleva varios años cerrados. Un lúgubre edificio patrimonial de la época de bonanza, ubicado de  espaldas al mar  que entra bajo el escenario totalmente en mal estado.  Las pinturas en telas que cubrían el redondel del techo continuaban desprendidas y en pedazos, dándole un aspecto sombrío y al mismo tiempo espectacular, que se destruye a vista y paciencia de todos.  Algo difícil de comprender,  sin antecedentes para su restauración, cuando en ese escenario estuvieron los más renombrados elencos.

El teatro no tiene electricidad, es muy oscuro, obligándonos creativamente, dentro de esta realidad, armar un espacio para nuestra función.  Utilizamos el foyer, con las puertas abiertas para que entrara luz, que entraba junto al viento que golpeaba las puertas. Con sillas prestadas de la Biblioteca Pública anexa al teatro, donde hicimos entrega de libros llevados de regalo,  armamos aposentadurías  para el público.  

En esta ocasión tuvimos de invitado y procedente de Santiago al psiquiatra Juan Pablo Cornejo, psicodramatista con experiencia en Teatro Espontáneo que utiliza en su trabajo clínico psicoterapéutico con pacientes adictos, enfermos con dolor crónico, con fibromialgia y depresión mayor, quién no sabía -hasta que llegó a Iquique- qué le iba a pedir que nos dirigiera, tampoco lo sabía el resto del elenco,  sería una nueva experiencia dirigir una compañía acostumbrada a una sola mano, un desafío para todos.
 
Nuestro público escaso, se nutrió de algunos personajes del pueblo, personas con problemas de salud mental junto a los adultos más destacados: la enfermera, la profesora, la bibliotecaria, la vecina más antigua conviviendo armoniosamente en esta ocasión. 

Luego de  la respectiva presentación de la Compañía y  la inducción  me sumé al elenco para ser dirigido por el Director Invitado. Los perros fueron parte importante de la función, entraban y salían como los  niños que perturbaban a los actores sin entender nada, dándole oportunidad también de participar.   
El tono de voz fue diferente, la dirección de las escenas fue menos directiva, nos confundió, nos estremeció, nos obligó a ser más espontáneos.  No se ocupó la silla del narrador, el público contaba sus experiencias en el pueblo, fueron reflexiones del trabajo cotidiano.  Fue una función distinta. 




[1] El primer campo de concentración para prisioneros políticos se instaló en Pisagua durante la presidencia de Gabriel González Videla, para la detención de comunistas. El segundo se construiría para el Golpe de Estado del año 1973 por el general Augusto Pinochet, que daría comienzo a la dictadura militar, en el periodo conocido también como Régimen Militar, para detener y ejecutar  a los partidarios del gobierno del derrocado presidente Salvador Allende 1970-1973.